Los Sesgos Cognitivos en el Emprendimiento y las Finanzas

Adrian PD
10 min readFeb 20, 2021
Photo by Austin Distel on Unsplash

Si habéis leído alguna de mis entradas anteriores, os habréis dado cuenta de que solo escribo de dos cosas: la computación y los modelos mentales. Realmente, la inquietud por la mente puede albergar ramas muy extensas como la sociología, la psicología, la filosofía, la neurociencia e incluso la economía. Por otro lado, la computación es un amplio abanico que incluye tanto a la tecnología más novedosa, a la electrónica o a las matemáticas. La buena noticia es que si somos capaces de conocer bien estos dos mundos y hacerlos converger, seremos capaces de entender en gran medida la época que nos ha tocado vivir y hacia dónde se dirige. Las aplicaciones de esto son inmediatas, desde evitar que nos tomen el pelo a poder liderar grandes éxitos empresariales, políticos o financieros. La mala noticia es que no nos llegan ni mil años de existencia para ser capaces de asimilar todo este conocimiento. Peor todavía, aún siendo capaces de asimilarlo entero, hay dos factores que jugarán en nuestra contra: la aleatoriedad y los sesgos cognitivos. De la aleatoriedad ya he hablado de ella y Nassim Taleb, y de los sesgos cognitivos también junto a Daniel Kahneman. Por mucho que conozcamos cuáles son estos sesgos, nosotros mismos vamos a seguir cayendo una y otra vez en ellos, por pura definición de lo que son. Lo único que vamos a conseguir estudiándolos es, con suerte, identificar algunos de ellos en nuestro día a día, y minimizar su efecto. Si bien es muy complicado ser conscientes de que uno mismo está cayendo en un sesgo cognitivo, sí es más sencillo identificar situaciones en las que otras personas puedan caer en ellos o intentar buscar mecanismos y procedimientos para evitar que afecten lo máximo posible en nuestra empresa o proyecto.

¿Qué es un sesgo cognitivo?

Entrando en salseo, vamos a definir qué es un sesgo cognitivo, por si el lector es primerizo en esto.

Un sesgo cognitivo es un atajo que toma nuestra mente en la toma de decisiones que escapa a la lógica.

Pongamos un ejemplo, vamos a una inmobiliaria pues queremos alquilar un piso en una nueva ciudad a la que nos mudamos. Hemos hecho un sondeo por Internet del precio de la vivienda en esa ciudad para calcular lo que estamos dispuestos a gastar. Primeramente, la inmobiliaria nos enseña dos pisos horribles, pero horribles de verdad, a un precio astronómico. El tercer piso es un piso normal, que puede encajar en lo que consideramos como un candidato, y su precio sigue estando por encima del precio de mercado, pero muy inferior a los dos pisos anteriores que nos han enseñado. Además, nos dicen que no nos lo pueden guardar, que tomemos la decisión rápido. Nosotros, pese a saber que la renta está por encima del precio de mercado, lo aceptamos inmediatamente. ¿Por qué no hemos seguido mirando y lo hemos aceptado compulsivamente? Por supervivencia (sesgo del efecto señuelo).

Otro ejemplo, tienes un puesto en tu empresa que te permite disponer de las tardes libres y ganar un sueldo normal que te da para vivir. A tu almohada le confiesas todas las noches que lo ideal sería conseguir un ascenso para ganar un poco más y poder terminar de pagar la hipoteca, y que con eso no necesitarías más, lo justo para disfrutar de tus tardes y no tener deudas. Por justicia cósmica, te conceden un ascenso que te hace ganar más dinero solo trabajando una hora más por las tardes. Ya puedes terminar de pagar la hipoteca, pero ahora todas las noches le dices a tu almohada de la suerte que serías tan feliz con que te siguieran ascendiendo un poco más, lo justo para poder comprar un coche a la altura de tu puesto y que con eso no necesitas más. Trabajas duro y consigues el ascenso, ahora tienes que trabajar también tres horas por las tardes pero ya tienes tu casa pagada y un coche de los que quitan el hipo. “Almohadita mágica, sería tan feliz si me ascendieran y me pudiese comprar una casa en la playa acorde a mi nuevo coche, con eso me llegaría para ser feliz”. Bueno, no sigo, ya veis por donde voy. ¿Por qué no soy capaz de conformarme con lo que inicialmente necesitaba para vivir y necesito más y más riqueza según voy medrando? Por supervivencia (efecto Diderot).

Llegados a este punto, la pregunta es clara, ¿qué tiene que ver la supervivencia con esas decisiones que he comentado?

El Homo Sapiens es el resultado de un proceso evolutivo que comenzó hace millones de años. En términos de evolución, nuestros sistemas biológicos se han ido adaptado al entorno y a las necesidades de supervivencia en todos esos años. Es un proceso lento que ha ido modificándonos para que poco a poco fuese más fácil sobrevivir: Nuestra dentadura, nuestro cráneo, nuestra posición al movernos. Pero este cambio no es de la noche a la mañana, pasan miles de años. ¿Sabíais que el coxis es un resto de la cola que tuvieron nuestros homínidos antepasados? Anda que no pasaron años y seguimos teniendo restos. ¿Sabíais que hay científicos que aseguran que en unos pocos miles de años, si no nos hemos extinguido, no tendremos ciertos apéndices, pelo, muelas del juicio y se unificarán ciertos dedos de los pies?

Como veis, la evolución es un proceso de muchos miles de años. Ahora, hagamos cuentas en este proceso. ¿Hace cuánto tiempo éramos cazadores o recolectores? Pues comparado con toda nuestra historia, fue ayer como quien dice. A la evolución no le ha dado tiempo a cambiar todavía lo suficiente como para que no guardemos actos reflejos y estructuras mentales de aquella época. Sin entrar en el Sistema 1 y Sistema 2 de Kahneman, podemos resumirlo en o tienes el reflejo inmediato de hacer una acción o estás muerto. Como el objetivo es sobrevivir, vamos elaborando un sistema de toma de decisiones inmediatas en el que no perdamos tiempo en pensar mucho, o sería nuestra perdición: Si un animal salvaje viene corriendo hacia mí, corro y no me paro a pensar mucho más. Si puedo recolectar 3 kg de verdura, es mejor a recolectar solo 1 kg porque no sé cuándo volveré a tener la oportunidad de volver a hacerlo o cuánto durará el invierno. Si hay alguien merodeando para robarme lo que he recolectado, lo ataco y no espero a ver sus intenciones. Un largo etcétera.

Bueno, pues como os decía, esto en términos de evolución fue ayer, y por ello guardamos muchos de esos comportamientos irracionales en nuestros genes. Perder tiempo en algunas decisiones puede abocar a la no supervivencia, hemos desarrollado un mecanismo para distinguir lo que debe ser razonado y lo que debe ser inmediato. El problema es que, evolutivamente hablando, desde la Revolución Industrial a hoy han pasado unos segundos y no ha dado tiempo a cambiar nuestros sistemas biológicos. Lo cierto es que socialmente ha habido un cambio radical y exponencial, que no hemos sido capaces de asimilar evolutivamente. Por eso todavía aplicamos comportamientos de supervivencia de hace diez mil años en nuestro día a día. Esto es un inconveniente si no eres consciente de ello o puede ser una ventaja clara sobre el resto si sí lo eres.

¿Cuántos sesgos cognitivos hay?

Nadie se pone de acuerdo en esto. No existe una clasificación como tal, además de que hay quien engloba distintos comportamientos bajo un mismo sesgo, así como el que especializa cada comportamiento en un sesgo diferente. La cifra más frecuente en este tipo de textos está entre 100 y 300 sesgos diferentes.

Si buscáis un poco, vais a encontrar muchos de ellos. Voy a intentar centrarme quizás en algunos no tan conocidos pero que son muy útiles en las finanzas y el emprendimiento. Los voy a dibujar por encima y solo tendréis que entrar en Google para poder profundizar en ellos.

El descuento hiperbólico. Tomamos decisiones cortoplacistas porque nuestro cerebro debe actuar para sobrevivir hoy y nos preocupan menos las situaciones de supervivencia futuras. Las recompensas futuras tienen siempre menos valor que las inmediatas.

El efecto Diderot. Una vez consigas mejorar el valor de alguna de tus pertenencias, necesitarás subir el valor de las que estén a su alrededor para que puedan “estar a su altura”.

El anclaje y la apelación a la novedad. Juzgamos las situaciones en base a la información más reciente que nos ha llegado sobre ella y no nos preocupamos en indagar sobre otros puntos de vista que desconocemos. Nuestro cerebro tiene que tomar una decisión vital y no tiene tiempo que perder.

El coste perdido. Nos cuesta deshacernos de activos por el coste que invertimos en el pasado y que ya no puede ser recuperado, aunque sean contraproducentes el mantenerlos. Relacionado con el apego emocional y la dependencia con la comunidad que te sostiene.

La aversión a la pérdida. Las pérdidas pesan más que las ganancias. Si invierto en bolsa, estaré menos dispuesto a perder 2000 euros que a poder ganar 4000. De ahí lo de “más vale pájaro en mano que ciento volando”.

El sesgo de la participación. A los activos o los proyectos se les asocia un mayor valor del que realmente tienen si has contribuido en su constitución.

El sesgo de la unidad. Tenemos tendencia a querer completar las tareas y no dejarlas a medias. Si nos dan una lámina con dos dibujos, uno sin colorear y otro a medio colorear, instintivamente iremos a terminar el que ya está empezado.

El sesgo del riesgo cero. Preferir garantizar el riesgo cero en una parte de tus finanzas, pese al riesgo que eso conlleve sobre el total; a no garantizar el riesgo cero en ninguna de las partes pero sí minimizar el riesgo general.

Martillo de Maslow. Cuando dominas un campo o una herramienta, intentar abordar todas las situaciones desde ese campo. El que solo tiene un martillo, verá que todos sus problemas son clavos.

Efecto comunidad y laguna de exposición. Estar más dispuesto a colaborar con una persona/empresa concreta de tu círculo a hacerlo con otra persona/empresa fuera de tu círculo con la que no has tratado nunca directamente.

La ley de Hofstadter. Una tarea lleva más tiempo de lo que piensas, aun cuando eres consciente de esta ley.

La compensación de riesgos. Cuando una tarea que se está realizando en una situación concreta se asocia a un mayor riesgo, se le dedica más tiempo que al que le dedicaríamos a la misma tarea en un contexto en el que se le asocie menos riesgo.

La compensación del esfuerzo. La gente mide el valor de un proyecto por el esfuerzo que requirió en sacarlo adelante más que en los beneficios que aporta.

Efecto primera impresión y efecto HALO. Se le da más peso a los eventos iniciales que a los eventos siguientes. Por ejemplo, la misma estupidez dicha por un erudito al que admiramos y por la persona a la que tenemos cruzada, nos suena completamente distinta en ambos.

Efecto bikeshedding. Se tiende a dar mucha más importancia a temas irrelevantes porque son fáciles de entender que a temas realmente mucho más importantes pero más complejos de razonar.

Ilusión del control. Está relacionado con la aleatoriedad. Tendemos a creer que podemos llegar a entender y controlar todo, aun cuando hay factores incontrolables.

Sesgo de confirmación. Tendemos a dar por válida la información que confirma nuestras hipótesis, sin validar si esa información es verídica o tiene base alguna.

Sesgo de la identidad comunitaria. Nuestra necesidad evolutiva de pertenecer a una comunidad nos hace afirmar inconscientemente planteamientos erróneos con tal de permanecer en la comunidad.

Efecto Bandwagon o arrastre. Se resume en “a donde va la gente, va Vicente”. Si la mayoría de la gente realiza una acción, mi tendencia a pertenecer a un grupo va a hacer que la haga yo también sin cuestionarla. Para qué gastar energía en pensarla, si ya lo ha hecho tanta gente.

La paradoja de Abilene. Todos los miembros de un grupo pueden estar actuando de forma opuesta a sus deseos individuales pero nadie está dispuesto a ser el primero en levantar la mano para quejarse.

El problema del HIPPO. Cuando se le da más peso a los comentarios personales de la persona mejor pagada en la organización que al criterio profesional de uno mismo.

Percepción selectiva. Las aspiraciones de cada uno afectan a la forma de percibir la realidad.

Fenómeno Baader-Meinhof. Es el fenómeno por el cual cuando aprendemos o leemos algo nuevo, empezamos a encontrarlo en todas partes.

Sesgo de la responsabilidad externa. Tendemos a generar más dopamina cuando no somos responsables de nuestros actos. Los individuos se sienten mejor cuando derivan las responsabilidades de sus actos en agentes externos.

Sesgo de la proyección. Tendemos a pensar que las personas de nuestro círculo tienen a pensar y compartir los mismos valores que nosotros.

Sesgo del punto ciego. Pensar que el conocer los sesgos existentes evita que se den sobre uno mismo.

Como digo, hay muchos más, pero me ha parecido interesante recoger este subconjunto de ellos. A pesar de esa aleatoriedad de la que hemos hablado y al propio sesgo del punto ciego, ser consciente de estos sesgos de alguna manera, pueden ayudarnos a no tomar decisiones irracionales y fatídicas a la hora de invertir o emprender.

Buster Benson, quien ha intentado recoger muchos de estos sesgos y en cuyo libro me he basado, los clasifica en cuatro familias.

Buster Benson Medium article

Probablemente podamos caer en un sesgo cognitivo a la hora de tomar una decisión cuando:

  • Tengamos demasiada información. Nuestro cerebro va a filtrar mucha de ella y no necesariamente se va a quedar con la más importante, generando un sesgo.
  • Tengamos poca información. Para montarnos la historia mental completa a partir de esos trozos de información, será necesario que “rellenemos los huecos” con sesgos nuestros.
  • Necesidad de respuesta rápida. En vez de analizar toda la historia mental que tenemos, nos quedamos con lo que más nos ha llamado la atención y tomamos una decisión solo basado en eso.
  • Para todo lo anterior, dependemos de construcciones mentales anteriores preestablecidas en nuestro cerebro. El problema es que nuestro cerebro tiende a retener la información que más le ha llamado la atención y olvidar el resto, aunque sean hechos aislados de todo el suceso. Y esto se realimenta, haciendo que lo que retengamos de un suceso en nuestra cabeza, cuando se utilice para construir mapas mentales sobre nuevos sucesos, cada vez estarán más y más sesgados.

Este es el motivo por el cual recientemente muchos premios Nobel de Economía han ido a parar a psicólogos y sociólogos más que a economistas. En términos de las matemáticas, podemos pensar que la economía puede responder a una recta de regresión, con unas variables claramente definidas más un bias que se corresponde tanto con la influencia de esas variables que no hemos sido capaces de definir (hidden variables) más la propia aleatoriedad. Estos estudios permiten ir reconociendo la influencia de esas variables, que hasta ahora eran ocultas, en el comportamiento de la economía y de ahí su importancia.

Bibliografía:

Why Are We Yelling? The Art of Productive Disagreement. Buster Benson (2019)

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Adrian PD

PhD in Parallel algorithms, Data distribution and GPUs. Researcher at Berkeley Lab, California